(artículo aparecido en el 2007)
Cuando murió en una cárcel norteamericana, atrapado por los “pequeños fascistas” de los que había huido toda su vida, Reich había conseguido esconder unas doscientas cajas con material para ser abierto sólo 50 años después de su muerte.
El objetivo era salvar sus papeles del macartismo. El material no era menor: Reich fue médico, miembro de la Asociación Psicoanalítica, estudiante de neuropsiquiatría, asistente en el Policlínico vienés dirigido por Freud y un psicoanalista que se alejó de la burguesía para trabajar con las clases obreras cuando los partidos comunistas desconocían el psicoanálisis. Además, fue pionero de los reclamos por anticonceptivos gratuitos, derechos reproductivos, derogación de leyes contra el aborto y la homosexualidad y modificación de leyes sobre matrimonio y divorcio. Ahora, a 50 años de su muerte, la Universidad de Harvard anunció que abrirá aquellas cajas del autor de Psicología de masas del fascismo, un hombre que murió solo y encerrado tras décadas de lucha por la liberación de todos.
por Osvaldo Baigorria
“¿Por qué razón millones de personas habrían de respaldar su propia represión?” “¿Qué sucede en el interior de las masas cuando éstas son llevadas a seguir a un partido o líder diametralmente opuesto a sus propios intereses?” Las preguntas formuladas por Wilhelm Reich cuando surgió el nazifascismo en Europa fueron arrojadas a un incinerador en medio de seis toneladas de libros, periódicos y manuscritos de ese autor destruidos por orden judicial en Nueva York hace medio siglo. Aunque las llamas del macartismo fuesen menos visibles que las hogueras nazis que dos décadas antes habían quemado algunos de esos mismos títulos, el gesto era casi el mismo. Y parecía dar la razón a Reich, pese a que había indicios de que éste podría haberla perdido por completo.
Ex psicoanalista, ex marxista, subversivo político-sexual, charlatán, curandero, pseudoinventor, esquizofrénico y “paranoico con delirios de grandeza” según el psiquiatra de la prisión donde pasó sus últimos días, Wilhelm Reich no hizo mucho para sacarse de encima los rótulos que lo destinaron a la exclusión y al olvido. Después de seis meses de encarcelamiento, convencido de haber caído en manos de los “pequeños fascistas” que le pisaron los talones durante toda su vida, murió de un ataque cardíaco en la madrugada del 3 de noviembre de 1957.
Poco antes de ingresar a la cárcel había logrado ocultar dentro de un armario y de un cuarto oscuro para revelado fotográfico unas doscientas cajas con material impreso que, según su testamento, debía permanecer oculto en un lugar a salvo de “destrucción y falsificación histórica” hasta cincuenta años después de su muerte. El plazo se ha cumplido. El Museo Wilhelm Reich y la Universidad de Harvard podrán abrir al público los archivos guardados durante medio siglo. Sin embargo, la espera de una época más propicia pudo haber sido inútil. El mundo ha cambiado mucho aunque no tanto ni en la mejor dirección. Si Reich viviese, volvería a confirmar que el fascismo era algo más que un fenómeno europeo de la primera mitad del siglo XX.
Orgasmo contra el capitalismo
Nacido en 1897 en una región del imperio austrohúngaro llamada Galizia, dentro de una familia judía no practicante de lengua alemana, Wilhelm Reich fue oficial en la Primera Guerra Mundial, graduado en medicina en la Universidad de Viena, miembro de la Asociación Psicoanalítica, estudiante de neuropsiquiatría y asistente en el Policlínico vienés dirigido por Freud en los años ‘20. Pero como psicoanalista siguió un desvío hacia la izquierda que lo llevaría a una teoría propia de análisis del carácter y a una militancia político-sexual cuando los partidos comunistas o socialistas no se interesaban en la sexología ni en la prevención de la natalidad. En 1928 ingresó al Partido Comunista austríaco y fundó la Asociación Socialista de Información e Investigaciones Sexológicas. En vez de trabajar con la burguesía vienesa, se dedicó a aconsejar a obreros en los goces del sexo no reproductivo, en el derecho a las relaciones entre menores de edad y en el más allá del matrimonio monogámico. También empezó a experimentar con técnicas de contacto corporal y ejercicios respiratorios en dirección a una terapia propia desarrollada en completa ruptura con la sesión psicoanalítica.
Sus libros Análisis del carácter y La función del orgasmo, escritos a fines de los años ‘20, expresan esa deriva teórica y política en la que Reich fue cautivado por la idea fija de liberar lo que llamaba la “vida sexual natural” de todas sus trabas externas, sociales, para garantizar la salud psíquica. El corolario fue cierta obsesión con la relación genital heterosexual y con un idealizado “reflejo orgásmico” o experiencia de entrega al flujo de energía biológica sin inhibiciones.
Ante la Revolución Rusa, Reich fue más que progre: reivindicó la abolición del matrimonio patriarcal y la legislación soviética sobre educación sexual y control de la natalidad de 1917-18. Pero cuando pocos años más tarde se promulgaron leyes antihomosexuales y se establecieron nuevas trabas al aborto, analizó críticamente la “reacción sexual” en Rusia en su libro Die Sexualität im Kulturkampf (La sexualidad en la lucha cultural), que en 1944 se editaría en inglés como The Sexual Revolution.
Publicado por primera vez en Viena en 1930, al tiempo en que Reich se mudaba a Berlín y se incorporaba al PC alemán, La revolución sexual cuestionaba a la institución del matrimonio y a la familia patriarcal como fuentes de frustración, discutía conflictos de la sexualidad infantil y juvenil en el capitalismo y analizaba los problemas de comunas, soviets y otras nuevas formas de vida en una revolución socialista. Hoy el texto presenta contenidos que pueden parecer moderados o incluso reaccionarios en el mundo de la diversidad del goce, en especial por su defensa de un “carácter genital sano” de la pareja heterosexual, aunque alguna sugerencia inocente todavía pueda tener sentido, como su crítica a las relaciones de corta duración por insatisfactorias y su recomendación de acoplar ternura con sensualidad en el sexo infantil y adolescente.
En Berlín, Reich fue pionero de los reclamos por anticonceptivos gratuitos, derechos reproductivos, derogación de leyes contra el aborto y la homosexualidad y modificación de leyes sobre matrimonio y divorcio. De acuerdo con el Comité Central del PC, creó la Asociación Alemana por una Política Sexual Proletaria, abreviada y más conocida como Sex-Pol, que llegó a tener unos 20.000 miembros. Y desarrolló la investigación militante que lo llevaría a Psicología de masas del fascismo. Publicado en 1934, este libro prohibido de inmediato por los nazis alemanes e incinerado luego por la derecha norteamericana también le costaría a Reich su expulsión del PC por “compartir las posiciones del trotskismo contrarrevolucionario” y sostener que “la clase obrera alemana ha sufrido una enorme derrota”. El texto influiría más tarde en la investigación dirigida por Theodor Adorno en la Universidad de Berkeley a fines de los 40, cuyo resultado fue La personalidad autoritaria.
El sargento interno
Psicología de masas del fascismo se ocupó en analizar cómo la ideología o programa de un führer puede triunfar gracias a su semejanza con la estructura psíquica promedio de una amplia categoría de individuos. Para Reich, el fascismo no era sólo un fenómeno transitorio y de límites geopolíticos precisos, como creía la mayor parte de la izquierda europea de entreguerras. El fascismo es “la expresión políticamente organizada de las estructuras de carácter del hombre medio”, el producto de una actitud emocional básica de quien está sojuzgado por la autoridad. El fascista es el “sargento mayor” en el ejército gigantesco de una civilización “profundamente enferma e industrializada”. Y su célula germinal es la familia patriarcal, en la que se educa a todos en la obediencia y se reprime sexualmente a niños y mujeres en particular.
Hoy puede decirse que Reich tenía una concepción simplista, centrada sólo en las funciones negadoras o prohibitivas del poder. Pero varias de sus preguntas e intuiciones siguen siendo relevantes en zonas y tiempos de peligro. Su insistencia en que el combate antifascista no debía acotarse a las estructuras macropolíticas sino incidir sobre la familia, la educación, la cotidianidad de la cultura, dejó su marca en aquellos grupos que armaron las primeras banderas del derecho a la diversidad sexual. Poco antes del Mayo Francés, los libros de Reich influirían en Daniel Cohn-Bendit y otros activistas de la campaña contra la separación por género en los dormitorios universitarios. Nunca se sabrá cuántas víctimas del uso y abuso de camas compartidas habrán caído seducidas por el llamamiento reichiano “Es preciso transformar la rebelión sexual de la juventud, secreta o abierta, en una lucha revolucionaria contra el orden capitalista”, pero desde esa base o terruño varios movimientos se pusieron en marcha, y sus efectos fueron cada vez más visibles. En Argentina, el documento Sexo y revolución, publicado en el ‘73 por el Frente de Liberación Homosexual, condenaba a la prohibición y la “castración sexual” en términos de la retórica reichiana: “La figura autoritaria del padre es reproducida en la figura del policía, del patrón, del Estado...”. Antes del golpe del ‘76, los primeros reclamos de derogación de los edictos policiales, abolición de la censura y libre circulación urbana de menores, putas, travestis, taxi boys, etc., avanzaron bajo la consigna reichiana “por una política sexual” firmada de puño y letra por Néstor Perlongher, uno de los fundadores del grupo Política Sexual, así llamado en homenaje al creado en Alemania en la década del ’30.
Palabras sucias
Por cierto, las asociaciones alemanas de pedagogía sexual proletaria no podían tener larga vida durante el ascenso del nazismo. Reich tuvo que emigrar a Dinamarca, Suecia y Noruega, países en los que registró un tratamiento hostil por parte de los psiquiatras y la prensa, y en 1939 abandonó definitivamente Europa para afincarse en EE.UU. Allí enseñó y ejerció la psiquiatría, y se dedicó por entero a sus manipulaciones del “orgón” o unidad de energía vital con la que trató de curar diversas enfermedades. Experimentó con pacientes sentados dentro de cajas “acumuladoras de orgón” y también realizó inventos dudosos, como un cañón con el que trataba de influir sobre las nubes para atraer la lluvia.
No tardó en ser perseguido durante los años sombríos del macartismo. Primero fue investigado por el FBI bajo sospecha de ser un agente extranjero. Luego, la Food and Drug Administration, que actuaba como servicio de inteligencia para espiar y controlar métodos no aceptados por el establishment médico-farmacéutico, denunció a las “cajas orgónicas” como fraude. En 1954, un juez ordenó que todos los materiales escritos que mencionaran “energía orgónica” fuesen destruidos. Y prohibió la publicación de Psicología de masas del fascismo, entre otros libros, hasta que toda referencia al “orgón” fuese eliminada.
En 1956, cuando Reich se negó a una citación judicial aduciendo que un tribunal no es el lugar idóneo para discutir cuestiones científicas, se lo condenó a dos años de prisión por desacato y violación a las leyes de drogas y alimentos. Terminó sus días en la penitenciaría federal de Lewisburg, Pensylvania, la misma en la que fue recluido el editor Samuel Roth, responsable de la reedición y venta clandestina del Kama Sutra y El amante de Lady Chatterley, entre otros libros interdictos por las leyes de obscenidad y pornografía.
Pasaron cincuenta años. Ya no existen quemas de libros ni censura editorial del mismo carácter que en el macartismo, aunque el FBI y otras agencias han aumentado su poder de espionaje legal e ilegal sobre grupos e individuos desde septiembre de 2001. La ofensiva neoconservadora se ha centrado en otras áreas, como prohibir y multar la emisión radial y televisiva de insultos y palabras “sucias”. O influir sobre el financiamiento federal de programas de educación sexual para que se suprima información sobre el uso de condones. Luego de atravesar la modificación de conductas de los años ‘60 y ‘70, el nuevo reciclado de viejas prohibiciones sugiere que algunas sospechas de Reich no estaban tan erradas. Que el autoritarismo no cede terreno fácilmente en ninguna región del planeta. Que la apertura de espacios de libertad como efecto de una modernización estructural no está garantizada por ningún destino. Que la despenalización de ciertas prácticas –pongamos por caso el aborto– no tiende a generalizarse por “goteo” desde la elite hacia las masas. Y que nada está escrito en el futuro de algún libro de la historia. Es probable que, sin un pequeño o gran empujón, muchos cambios de leyes tácitas o escritas que ordenan las costumbres no hubieran tenido lugar. Ni ayer ni hoy. Ya no se habla de “revolución” sino de “diversidad” y en vez de “liberación” se dice “visibilidad”. Con todas sus limitaciones, delirios y desvaríos, Wilhelm Reich fue una de las voces que más empujó en esta dirección.