La historia de cómo este prestigioso psicólogo vienés, discípulo y protegido de Sigmund Freud llegó a dominar el clima y a desencadenar a voluntad las tormentas y las lluvias es uno de los hitos más fascinantes del desaforado siglo XX. Merece que le dediquemos unas líneas a esta gesta y a su genial autor: Wilhelm Reich.
Reich llegó a la cima de su reconocimiento como psicólogo en 1926 con la publicación de un libro revolucionario: “La función del orgasmo”. En él venía a concluir que la energía desplegada durante un buen polvo equilibraba las funciones del organismo, dando paso a un individuo sano.
Pronto comprendió que esta energía, muy evidente durante la descarga orgásmica, se encontraba en realidad diseminada en todo el espectro de la creación, como una especie de halo vital, una energía que “precede a la materia y la genera”, justamente lo contrario que la energía atómica (que parte de la destrucción de la materia). Consiguió aislarla y definirla en su mínima unidad: el Orgón, y a partir de ella creó una nueva ciencia, la orgonomía. Aquí comienza su historia de genio incomprendido: sus teorías sexuales le valieron la expulsión de varios países de Europa por inmoral y agitador, de la Asociación Psicoanalítica por comunista y del partido comunista por freudiano.
Así las cosas, recala en los Estados Unidos y acaba desarrollando su creación más celebrada, que lo colocaría a la altura de un Einstein: el “acumulador de orgón” y su aplicación más espectacular: el Cloud-Buster o cañón rompenubes, con el que demostraría que los cielos tienen sexo.
Partiendo de su idea de que la energía sexual y la energía cósmica son dos manifestaciones de una misma cosa, llegó a la conclusión de que si un buen orgasmo era capaz de regular el buen funcionamiento del cuerpo humano, la potencia orgiástica de la capa atmosférica que recubre la tierra podía ser redistribuida para modificar el clima allí donde fuese necesario. El instrumento diseñado para tal empresa fue el Cloud-Buster, un cañón compuesto por un haz de tubos de un mínimo de cuatro metros de longitud que, apuntados convenientemente hacia un sector del firmamento no disparaba nada. Porque el cañón de Reich no disparaba. Absorbía. Con sus tubos huecos dirigidos hacia el centro de una nube de vapor de agua, Reich calculaba que el exceso de “energía orgónica” concentrada sería aspirado y reconducido a través del artefacto hacia el fondo de algún lago cercano.
Así, en 1953, en unos terrenos de su propiedad, Reich apuntó con su cañón al centro de una nube y esperó. Al tiempo la nube comenzó a disgregarse: ¡¡el experimento había sido un éxito!!. Reich pensó, con buena lógica, que si el Cloud-Buster tenía el poder de disolver una nube, también podría llegar a formarla. Todo consistía en apuntar esta vez a la periferia de la nube, a una zona donde el cielo estuviera despejado. Así lo hizo y esperó. Esperó, y entonces… ¡¡una pequeña nube comenzó a formarse ante sus ojos!! Reich habrá sonreído bajo la lluvia desatada: había triunfado.
Intentó entonces el “más difícil todavía”. ¿Qué pasaría si el cielo estuviera totalmente limpio, sin rastro de tormenta? ¿sería capaz el Cloud-Buster de formar una nube en esas condiciones? Dirigió otra vez los tubos al cielo un soleadísimo día de primavera y esperó, otra vez esperó, y esperó más tiempo. Y en un determinado momento, una nubecilla algodonosa apareció en el firmamento, despejando toda duda: el Cloud-Buster funcionaba, sólo le requería más tiempo reagrupar los excedentes de “energía orgónica” traídos desde tan lejos.
Las autoridades americanas, puestas en aviso sobre las actividades del genio, lo llevaron ante los tribunales. La excusa: lo acusaron de vender acumuladores de orgón, “simples cajas vacías”, según los jueces. Siguiendo órdenes estatales, sus publicaciones fueron quemadas en acto público, y Wilhelm Reich murió en la cárcel en 1957.
Un inexplicable manto de olvido recae hoy sobre la obra de Reich, el padre del orgasmo cósmico. Él llevó la idea de la libertad sexual hasta sus últimas consecuencias, y eso le valió persecuciones y desprestigio. Él fue el primer hombre de ciencia en reivindicar el sexo como fuente de salud y de placer, y de paso provocar la lluvia en zonas de sequía. ¿Por qué el mundo desprecia a sus prohombres?
Wilbur Mercer