Centro de Estudios Wilhelm Reich

CENTRO DE ESTUDIOS WILHELM REICH. Buenos Aires. Argentina

domingo, 19 de septiembre de 2010

El largo exilio de Wilhelm Reich

ANTONIO DE SENILLOSA

En 1960, el periodista - investigador - ensayista - historiador - sociólogo - ideólogo y catedrático norteamericano Paul Goodman reunió en el campus de la Universidad de Berkeley (California) a un grupo de floridos - dopados - frustrados y utópicos estudiantes adoradores de Allen Ginsberg y de su himno, El alarido. Muchos de aquellos propietarios de cromáticos Mustang no estaban en conociones de deletrear su propio nombre, pero Goodman un lírico liberal después de todo, tenía fundadas esperanzas de que alguno de los allí congregados conociera a Wilhelm Reich. De los muchachos desparramados por el césped que sabían recitar de carrerilla los versos - imprecaciones del poeta esquimal Sivoangnag («Ven, dice, tú que estás ahí afuera; ven, dice, tú que estás ahí-afuera; ven, dice, tú que estás ahí-afuera / Tu Sivoarignag te ruega que vengas. / Te dice que entres en él / Ven, dice, tú que estás ahí-afuera»), ninguno había oído hablar de Wilhelm Reich, pese a que ellos, para hacer ostentación de sus conocimientos sobre el sexo, acababan de invadir las casas de putas de Los Angeles, en donde, en vez de practicar los habituales ejercicios, se dedicaron a tirar sobre las pensionistas montañas de papel confetti fabricado con billetes de diez dólares.Goodman estaba desolado. En sus obras había reflexionado sobre las nefastas consecuencias de las alternativas tecnocráticas, algo que Reich señaló ya treinta años antes. En The diggers in 1984 mostraba su sociología visionaria; en The small community y en All thing common trabajó a fondo el tema comunitario, inspirandose en las teorías que Reich había transmitido a A. S. Neill, fundador de Summerhill. Pero Goodman hizo algo más: escribió una serie de cuentos cortos, Adam and his works, en donde con maestría increíble sintetizó algunas de las teorías de Wilhelm Reich: el socialismo, el misticismo taoísta-gestalt, la salud corporal y, obviamente, la sexualidad.


En 1969, mientras Goodman dedicaba sus ocios a escribir un memorable ensayo destruyendo el mito J. F. Kennedy -Like a conquered province, libro que hizo polvo todo el andamiaje Camelot ideado por Ted Sorensen y Arthur M. Schlesinger-, unos estudiantes que vagaban por el Sena decidieron hacer estallar una rosa en el mapa de Europa, convirtiendo a París en un prado minado por la imaginación y los cascos de botella. Goodman, gran pope de la contracultura, cruzó el charco para comprobar cómo iban las cosas por París.

Conversó con Sauvre, admiró a Barrault, se aburrió con John Bendit. En el cabaret The Blue Note, Paul Goodman se encontró con los compatriotas exiliados de siempre, músicos blancos y negros, distinción que, tratándose de jazz, es imprescindible hacer en Francia, tal como lo indican las leyes dictadas por el papa Hugues Panassié y su acólita-consorte Madeleine Gautier. Allí estaba el trompetista Chet Baker -blanco-, huido de Roma por deferencia de la brigada antidrogas; el cantante de blues Jack Dupree -negro-, que se negaba terminantemente a vivir en su ciudad natal, New Orleans, «un campo de concentración en donde la policía te echa los perros para que te coman el culo»; el pianista George Shearing -ciego, inglés y blanco-, intérprete favorito de Norman Mailer, y Charlie Bird Parker -negro-, que no actuaba en The Blue Note ni en ningún otro sitio, pues había ligado con una condesa multimillonaria que prefería la cama al saxofón, ya que ella «a-do-ra-ba el jazz», en especial si venía envasado en piel retinta.

Paul Goodman maldecía su suerte; para encontrarse con todos esos hipsters (negros-blancos amantes del swing) no hacía falta estar en París, pues en San Diego los llabía a millares. Salió a la calle y, esta vez, la rosa de mayo estalló para él; un grupito de muchachos estaba quemando Salut les copains; otro, más numeroso, disparaba contra una pared un texto aerosolado. Goodman se acercó a ellos y leyó: «Wilhelm Reich, te amamos». Entonces comprendió que el gran mago del sexo había regresado a Europa y que el viaje no había sido en vano.

Reich apenas habló sobre su niñez y lo poco que se sabe de ella se debe a llse Ollendorff, su tercera mujer. En la partida de nacimiento se lee que pegó los primeros vagidos en Dobrzcynica, zona de Galitzia pespunteada en aquel momento a favor del imperio austríaco. Los progenitores -el padre, un bruto, y la madre hermosa, pero tontaina- eran judíos, pero no al estilo de Ben Gurion, lo que quiere decir que no estaban dispuestos a trasladarse a Israel a plantar nabos por el día y empuñar el fusil por la noche.

Wilhelm tuvo un hermano, Robert, del cual tampoco se conoce mucho; en realidad, a Reich la familia le importaba una higa. Aunque no acudía la la sinagoga ni atado con una cuerda, tuvo muy buenos preceptores que le instruyeron adecuadamente para que ingresara en el Gymnasium de Czernowitz con brillantez.

Su madre se suicida en 1911; en 1914 muere el padre, que, pese a ser un animal, tuvo la previsión de asegurar su vida en una suma altísima que, por supuesto, heredó Wilhelm como primogénito. Ese mismo año su padre y él, pues, pasaron a mejor vida, aunque de distinta manera ambos. Wilhelm Reich se une entonces al Ejército austríaco y gana el rango de oficial; tiene diecinueve años, la guerra ha terminado, ingresa en la facultad de Derecho y abandona las leyes a los seis meses traspasando su vocación a la facultad de Medicina, donde reduce la carrera, de seis años de duración, a cuatro. Todo un síntoma.

En 1919 un compañero de estudios tiene la buena idea de invitar a Wilhelm a una conferencia sobre el psicoanálisis; lo que escucha le marca a sangre y fuego. Su interés es tan profundo que escribe una tesis: Conflictos de la líbido y alucinaciones, con lo cual consigue formar parte de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, regida por el dictador Segismundo Freud, un sabio al que, como al escritor Jorge Luis Borges, todos los años le prometían el Premio Nobel.

Las peleas entre Reich y Freud dentro de la Sociedad Psicoanalítica fueron épicas y forman parte del folklore biográfico de ambos. Freud le exigía que estudiara -¡y memorizara! - la tesis de la libido en los fundamentos biológicos de los impulsos sexuales, y Reich se empeñaba en hacerlo tratando de conciliar los conceptos marxistas con la salud mental del proletariado y el orgasmo; una tarea, si se me permite decirlo, algo espinosa.

Reich tiene tan sólo veintiséis años y su fama es ya reconocida por toda Europa. Trabaja como asistente personal de Freud, visita todos los guetos de Viena explicando y demostrando los beneficios de la higiene sexual a obreros cargados de hijos, publica folletos y libros -Dialéctica y psicología, Excitación sexual y satisfacción sexual, Madurez sexual, abstinencia y moralidad marital, etcétera-. En ese momento suceden dos hechos: se hace comunista y se traslada a Berlín.

El compromiso de Reich con el partido es total y de una inocencia infantil. Veinte mil militantes de la delegación berlinesa del Partido Comunista aprueban una plataforma que Reich tituló Asociación Alemana para la Política Sexual del Proletariado, con unos puntos que si hoy escandalizarían a las almas pacatas, en aquella época desataron todas las iras de los rigurosos aduaneros del pudor. He ahí los ocho puntos que proponía Reich: 1, mejores condiciones de viviendas para las masas; 2, abolición de las leyes contra el aborto y la homosexualidad; 3, modificación de las leyes de matrimonio y divorcio; 4, instrucción libre sobre el control de nacimientos y anticonceptivos; 5, protección sanitaria para madres y niños; 6, guarderías en las fábricas y otros centros de trabajo; 7, abolición de las leyes que prohiben la educación sexual, y 8, licencias a los presos para visitar sus hogares. Con este programa consigue Reich tres cosas saludables: a) ser expulsado del Partido Comunista alemán, b) ser expulsado de Alemania por los nazis y c) ser expulsado del hogar por su mujer, Annie, la cual, ateniéndose a la cláusula 3 de Reich, pide el divorcio.

Su exilio en Escandinavia lo narra él mismo en People in trouble. En Suecia conoce a la que será su segunda mujer, Elsa Lindenberg, antigua militante de la Rote Hilfe (Socorro Rojo) de Berlín, bailarina de ballet, terapeuta corporal y, según todos los indicios, una de las incontables amantes del réprobo comunista Arthur Koestler. Hace esporádicos viajes a Zurich, París y Londres; conoce al antropólogo Malinowski, experimenta sobre biones y filma el desarrollo de las amebas y otros protozoarios a cámara lenta, una técnica que, veinticinco años después, reprodujo exactamente el doctor Román Vishiniak, patrocinado por la National Science Foundation, mientras los archivos de Reich eran devorados por las polillas en Forest Hills.

Reich, enn su período escandinavo, persiste en su idea de codificar sexo, psicoanálisis y política en un todo coherente. Inventa el término «sexual-politik», con lo cual recoge, otra vez, los puntapiés de todo el mundo: los comunistas, los nazis, los católicos, los burgueses, la hija de Freud, los científicos y los analistas.

Quienes quieren quemar vivo a Reich hacen cola en las iglesias, las universidades, las embajadas y los cuartelillos de policía. Sus libros, escritos en lenguaje llano, no son muy analizados ni discutidos por la sencilla razón de que son muy pocos quienes se toman la molestia de leerlos. El quid del problema son sus artilugios, esos misteriosos aparatos que fabrica Reich con sus propias manos. Ahora la tienen tomada con un oscilógrafo, aplicado a un hombre y una mujer y con el cual Reich registra los estímulos contrarios -sal y azúcar en la lengua, el roce de las manos sobre la piel seguido de unos pellizcos, etcétera- Los ignorantes pensaban: «Vamos, vamos, eso es pecado », pero no lo era todavía. Ya llegaría.

Repudiado por sus colegas, Reich -tiene que firmar los trabajos amparado en seudónimos. Los puritanos leen tan sólo los títulos: El reflejo del orgasmo, Reflejo del orgasmo, postura muscular y expresión corporal, unas investigaciones que treinta años más tarde sirvieron para que unos astutos directores de teatro asombraran a sus bobalicones alumnos con aspiraciones de actores, «trabajándolos» a base de mucha expresión corporal, un poco de postura muscular y, si se cuadra, algún que otro reflejo, es decir, tensión-carga, descarga-relajación, que es lo que demostraba Reich que la humanidad venía practicando desde los tiempos de Adán y Eva.

Los ataques no cesan. En sólo un año los periódicos noruegos consignan más de cien artículos acusándole de «pornógrafo judío» y de «fraudulento del psicoanálisis». Para terminar con semejante persecución, Reich decide emigrar a Estados Unidos.

Unos días antes de embarcar para Nueva York, en una reunión, un amigo le presenta al heredero de Vishnú, el etéreo Krishrtamurti, diciéndole: «Este es el hombre más parecido a Cristo», a lo cual Reich replicó: «Si es así, ¿cómo es que todavía no lo han asesinado?»