LIBROS DESCATALOGADOS: LUIGI DE MARCHI: WILHELM REICH, BIOGRAFÍA DE UNA IDEA
Encarcelamiento y muerte de Wilhelm Reich
Durante el período de los recursos, Reich volvió al trabajo de investigación en el campo químico y meteorológico, mostrando un injustificado optimismo sobre el resultado de la batalla legal. Resurgía su necesidad de creer en algún tipo de autoridad constituida: la «justicia» americana en este caso. Y muchos seguidores hacían eco y amplificaban su euforia con un grotesco acriticismo gregario. En enero de 1957, cuando el Tribunal de Apelación había confirmado la condena del tribunal de Portland, el director del Fondo de asistencia legal, creado por los partidarios de Reich para ayudarle en la batalla judicial, envió a los suscriptores una carta que contenía estas increíbles palabras:
«La situación se está desarrollando a nuestro favor, a pesar de lo que en un primer tiempo podía parecer una derrota... La mentira, que hemos denunciado y a la que hemos obligado a abandonar sus disfraces, ha logrado tan sólo, con el paso del tiempo, mostrar su verdadera y monstruosa cara. El Demonio odia la luz. Casi vencidos, los enemigos recurren cada vez más a la calumnia: signo evidente de su desesperación.»
Y Reich mismo escribía durante aquellos días: «La batalla no habría podido ser llevada a cabo a nuestro favor, como lo ha sido, sin la generosidad de tantas personas cercanas y lejanas.»
Reich preparó rápidamente su petición a la Corte Suprema, utilizando más o menos el mismo material de la primera instancia. Pero esta vez la Corte ni examinó el material, puesto que pura y simplemente se negó a examinar el caso: un caso «extraordinariamente simple» como había dicho el «buen» juez Sweeney el año anterior. Así pues, el 11 de marzo de 1957, Reich y Silvert se presentaron a la policía y fueron llevados a la cárcel. Reich pidió que no fuera encarcelado declarando a las autoridades de la cárcel (es fácil imaginar con cuánto éxito) la pura pero no simple verdad: que su encarcelamiento «habría dado un durísimo golpe a la investigación científica» -y añadió con voz tranquila una profecía terrible, que provocó una sonrisa de compasión en los carceleros-, que su encarcelamiento habría sin duda alguna significado la muerte en prisión de un pionero de la ciencia por culpa de un grupo de psicópatas».
Precisamente por su vitalidad y creatividad, Reich sufría terriblemente en la prisión. A pesar de ello, intentó adaptarse a la vida de la cárcel, interesándose por el funcionamiento de las instituciones penales y por las reacciones biopsicológicas de los detenidos. Logró incluso escribir en la cárcel su último libro comunicando a la familia los progresos de la obra. Entre las vejaciones de las que Reich fue víctima durante los últimos meses de su vida, es preciso recordar que la FDA impedió que fuera liberado «bajo palabra» apenas se entrevio esta posibilidad y que el manuscrito del último libro fue hecho desaparecer de la prisión de forma que la familia no pudo nunca obtenerlo.
Por su parte Reich intentó abreviar su detención sometiéndose a la experimentación de algunas medicinas: como es sabido, éste es un sistema odioso, con el que los detenidos en las penitenciarías americanas pueden obtener «descuentos» de las penas impuestas. Y, quizás, contribuyó a su trágico fin.
Existe a este propósito un terrible documento publicado por uno de aquellos exaltados profetas de nuevas religiones que pululan en América.
Se trata del número de octubre de 1958 de una pequeña publicación titulada: «Crusade of Divine Living» («La Cruzada de la vida divina»), órgano de la organización del mismo nombre: «Una organización cristiana —declara el subtítulo de la publicación— sin finalidades comerciales ni obediencias confesionales, dedicada a la asistencia de los enfermos y de los perseguidos.» En él se publicó un artículo del director nacional del movimiento, Adolphus Hohensee, en el que se narra con oscuras tintas su experiencia de detenido en la penitenciaría de Lewisburg, en la que Reich murió, y en particular da una atroz descripción, y quizás una explicación, de la muerte de Reich.
Hohensee cuenta los malos tratos sufridos por obra de los carceleros de la penitenciaría, en la que había sido encerrado, según parece, por «delitos» relacionados con su actividad misionera, y continúa así:
«Cuando quedó claro que todas sus amenazas no tenían influencia sobre mí, el subdirector Cox me recordó que había sido confiado en la misma ala de la cárcel, conocida con el nombre de "ala de la muerte", en la que Remington había muerto poco tiempo antes. En aquel ala, el profesor Reich, un médico encarcelado por desprecio a la corte, a petición de la Food and Drug Administration, murió efectivamente pocos días más tarde. Desde hacía semanas me estaba diciendo que le estaban matando con ciertas medicinas. Y el día antes de morir me dijo que se disponían a darle la dosis fatal aquella misma noche. Y así fue: a la mañana siguiente había muerto. A pesar de ello yo no me rendí y no retiré las reclamaciones que había presentado ni hice promesa alguna a propósito de mis actividades futuras referentes a programas y conferencias.»
«Pero vayamos por orden: los hechos que voy a referir en este número y en los sucesivos son tan terribles que tendréis dificultad en creerlos. Pero cuento y voy a contar sólo lo que he visto con mis propios ojos y oído con mis propias orejas, mientras estaba en la enfermería de la penitenciaría, desde el 25 de noviembre de 1957 hasta el 13 de abril de 1958. Temblaréis cuando sepáis cómo los detenidos son enloquecidos y mueren a causa de abusos, negligencias y torturas.»
He aquí en primer lugar un ejemplo de las proezas de los policías de los monopolios farmacéuticos y sanitarios. La revista "Time" del 18 de noviembre de 1957 informaba que el profesor Reich había "muerto" en la penitenciaría de Lewisburg, en Pennsylvania.
»"Ha muerto a los sesenta años —escribía la revista— Wilhelm Reich, que fue famoso psicoanalista, colaborador y discípulo de Freud, fundador de la Wilhelm Reich Foundation, más conocido en estos últimos tiempos por algunas teorías heterodoxas en el campo sexológico y energético. Reich ha muerto de un ataque cardíaco en la penitenciaría de Lewisburg, donde estaba purgando una pena de dos años de detención que le habían sido impuestos por el tribunal de Portland por haber distribuido una invención suya, el llamado "acumulador de energía orgónica" violando la ley para la tutela alimentaria y farmacológica...
»En realidad —continúa Hohensee— apenas los policías de la FDA lograron encerrar a otro gran científico en aquel -foso de serpientes, en pocos meses el profesor Reich fue liquidado.
» El profesor Reich había llegado al infierno de Lewisburg varios meses antes que mis enemigos lograran mi encarcelamiento. Muchas veces aquel gran médico se me acercó con las lágrimas en los ojos para decirme que aquellos malditos sádicos, dueños absolutos de la vida de 1200 seres humanos, le estaban haciendo enloquecer y le estaban empujando hacia el abismo de la muerte "con sus medicinas experimentales". y cuando fue trasladado al ala de la muerte (el mismo en que Remington había sido muerto pocos meses antes) Reich sintió que no iba a resistir durante mucho tiempo. Me confió esta convicción más de una vez durante la semana del 28 de octubre, cuando los guardias me echaron a mí también a morir en el mismo ala, a pesar de que sufría atroces dolores a causa de una fractura vertebral y un aplastamiento del disco correspondiente: para no hablar de las continuas hemorragias.
«Poco antes de morir, el Profesor Reich pasó a mi lado, por el corredor, mientras me estaba arrastrando lo mejor que podía apoyándome en la pared para llegar a mi celda del ala de la muerte... Me dijo que no podía soportar por más tiempo las medicinas con las que le estaban saturando el organismo. Y de hecho murió al cabo de un par de días. Cuando lo encontraron, no sólo estaba ya muerto sino que estaba ya frío, pero tenía una pierna encogida y contraída, como si hubiera sufrido una tremenda agonía antes que la muerte le liberara de sus sufrimientos.»
Hasta aquí la narración de Hohensee que pone bajo una luz aún más siniestra e infamante el trato que la «democracia» y la «justicia» americanas reservaron al hombre más grande de nuestro tiempo. La terrible angustia que dicha relación provocó a los familiares de Reich emerge de una carta de su hija Eva, publicada junto con la relación, en la que ruega vivamente a Hohensee que se ponga en contacto con ella y con la última compañera de Reich, Aurora Karrer, para comunicarle todas las informaciones que pudiera darle sobre las últimas semanas de vida del padre. «En cierto modo —escribía Eva Reich— casi tengo miedo de saber lo que podrá decirme... ya que la mentira triunfa y la verdad es derrotada y la muerte del doctor Reich ha sido acogida en todas partes con un gran silencio.»
(...)
Inmediatamente después de las exequias fue leído el testamento, que contenía entre otras la disposición de dedicar todos los recursos financieros que quedaban a la creación de un Fondo Wilhelm Reich para investigaciones sobre la infancia y la de sellar durante cincuenta años su archivo y su biblioteca personal: todos estos años Reich consideraba necesarios para que los sentimientos y los resentimientos relacionados con su persona se disiparan y su obra pudiera ser valorada con objetividad y serenidad. Así se hizo: todos aquellos documentos se encuentran depositados en una cripta impermeable a la humedad y sólo serán accesibles el 3 de noviembre de 2007.
El contenido del testamento ha sido ya dado a conocer en Italia en sus partes no privadas y es inútil ahora insistir en él: querría sin embargo subrayar que incluso de aquel documento emerge el profundo amor a la humanidad que animó a Reich hasta los últimos años de su vida y la lucidez con que, como de costumbre, quiso incluso en el momento de su muerte que todos los recursos que quedaron de su trabajo y el trabajo de sus continuadores fueran dedicados a la última esperanza humana de rescate y de salvación: la defensa de la infancia.
Lamentable, en cambio, me parece la decisión de sellar su precioso archivo durante cincuenta años. En este caso, como en tantos otros (cuando escribió por ejemplo que su obra podría ser entendida sólo después de quinientos o mil años), Reich dio muestras de entender la desesperada urgencia de que su obra fuera comprendida.
Poco autoriza a creer que la humanidad vaya hacia días mejores: mucho autoriza a creer lo contrario. Fue probablemente un residuo de aquel ingenuo evolucionismo ochocentista, del que Reich no estuvo exento, lo que le sugirió esta gravísima y quizás ruinosa «cláusula del cincuentenario». Pero una mirada realista a los acontecimientos humanos, y, sobre todo, a los cada vez más insolubles y crecientes conflictos políticos de masas humanas cada vez más vastas, lleva a concluir que dentro de cincuenta años el mundo no será más sino menos idóneo para comprender, y para aplicar los descubrimientos y el pensamiento de Reich. Es hoy, aquí, en cualquier parte que haya alguien que comprenda aunque parcialmente, aunque sólo torpemente, las concepciones reichianas, cuando es preciso divulgar, profundizar, verificar, desarrollar las investigaciones, las intuiciones y los descubrimientos de aquel pensador porque es hoy, aquí y en todas partes es urgentemente necesaria la aportación decisiva que puede ayudar a la salvación de la humanidad. Dentro de cincuenta años puede que no haya nadie ni en Rangeley ni en otra parte que esté interesado, o autorizado por los poderes constituidos, a reemprender un trabajo que ya hoy muy pocos demuestran apreciar.
La idea de que un mundo arruinado debe dirigirse a la obra de Reich como a una balsa de salvación es sólo un buen deseo: si la Historia enseña algo su enseñanza es que no enseña nada.
Luigi de Marchi, de su libro: "Wilhelm Reich. Biografía de una idea" (descatalogado)
Editorial Península, 1974. (Agotado )
*Enlace para descargar este libro en Word: http://www.scribd.com/doc/2208761/Luigi-de-Marchi-Wilhelm-Reich-Biografia-de-una-idea
Durante el período de los recursos, Reich volvió al trabajo de investigación en el campo químico y meteorológico, mostrando un injustificado optimismo sobre el resultado de la batalla legal. Resurgía su necesidad de creer en algún tipo de autoridad constituida: la «justicia» americana en este caso. Y muchos seguidores hacían eco y amplificaban su euforia con un grotesco acriticismo gregario. En enero de 1957, cuando el Tribunal de Apelación había confirmado la condena del tribunal de Portland, el director del Fondo de asistencia legal, creado por los partidarios de Reich para ayudarle en la batalla judicial, envió a los suscriptores una carta que contenía estas increíbles palabras:
«La situación se está desarrollando a nuestro favor, a pesar de lo que en un primer tiempo podía parecer una derrota... La mentira, que hemos denunciado y a la que hemos obligado a abandonar sus disfraces, ha logrado tan sólo, con el paso del tiempo, mostrar su verdadera y monstruosa cara. El Demonio odia la luz. Casi vencidos, los enemigos recurren cada vez más a la calumnia: signo evidente de su desesperación.»
Y Reich mismo escribía durante aquellos días: «La batalla no habría podido ser llevada a cabo a nuestro favor, como lo ha sido, sin la generosidad de tantas personas cercanas y lejanas.»
Reich preparó rápidamente su petición a la Corte Suprema, utilizando más o menos el mismo material de la primera instancia. Pero esta vez la Corte ni examinó el material, puesto que pura y simplemente se negó a examinar el caso: un caso «extraordinariamente simple» como había dicho el «buen» juez Sweeney el año anterior. Así pues, el 11 de marzo de 1957, Reich y Silvert se presentaron a la policía y fueron llevados a la cárcel. Reich pidió que no fuera encarcelado declarando a las autoridades de la cárcel (es fácil imaginar con cuánto éxito) la pura pero no simple verdad: que su encarcelamiento «habría dado un durísimo golpe a la investigación científica» -y añadió con voz tranquila una profecía terrible, que provocó una sonrisa de compasión en los carceleros-, que su encarcelamiento habría sin duda alguna significado la muerte en prisión de un pionero de la ciencia por culpa de un grupo de psicópatas».
Precisamente por su vitalidad y creatividad, Reich sufría terriblemente en la prisión. A pesar de ello, intentó adaptarse a la vida de la cárcel, interesándose por el funcionamiento de las instituciones penales y por las reacciones biopsicológicas de los detenidos. Logró incluso escribir en la cárcel su último libro comunicando a la familia los progresos de la obra. Entre las vejaciones de las que Reich fue víctima durante los últimos meses de su vida, es preciso recordar que la FDA impedió que fuera liberado «bajo palabra» apenas se entrevio esta posibilidad y que el manuscrito del último libro fue hecho desaparecer de la prisión de forma que la familia no pudo nunca obtenerlo.
Por su parte Reich intentó abreviar su detención sometiéndose a la experimentación de algunas medicinas: como es sabido, éste es un sistema odioso, con el que los detenidos en las penitenciarías americanas pueden obtener «descuentos» de las penas impuestas. Y, quizás, contribuyó a su trágico fin.
Existe a este propósito un terrible documento publicado por uno de aquellos exaltados profetas de nuevas religiones que pululan en América.
Se trata del número de octubre de 1958 de una pequeña publicación titulada: «Crusade of Divine Living» («La Cruzada de la vida divina»), órgano de la organización del mismo nombre: «Una organización cristiana —declara el subtítulo de la publicación— sin finalidades comerciales ni obediencias confesionales, dedicada a la asistencia de los enfermos y de los perseguidos.» En él se publicó un artículo del director nacional del movimiento, Adolphus Hohensee, en el que se narra con oscuras tintas su experiencia de detenido en la penitenciaría de Lewisburg, en la que Reich murió, y en particular da una atroz descripción, y quizás una explicación, de la muerte de Reich.
Hohensee cuenta los malos tratos sufridos por obra de los carceleros de la penitenciaría, en la que había sido encerrado, según parece, por «delitos» relacionados con su actividad misionera, y continúa así:
«Cuando quedó claro que todas sus amenazas no tenían influencia sobre mí, el subdirector Cox me recordó que había sido confiado en la misma ala de la cárcel, conocida con el nombre de "ala de la muerte", en la que Remington había muerto poco tiempo antes. En aquel ala, el profesor Reich, un médico encarcelado por desprecio a la corte, a petición de la Food and Drug Administration, murió efectivamente pocos días más tarde. Desde hacía semanas me estaba diciendo que le estaban matando con ciertas medicinas. Y el día antes de morir me dijo que se disponían a darle la dosis fatal aquella misma noche. Y así fue: a la mañana siguiente había muerto. A pesar de ello yo no me rendí y no retiré las reclamaciones que había presentado ni hice promesa alguna a propósito de mis actividades futuras referentes a programas y conferencias.»
«Pero vayamos por orden: los hechos que voy a referir en este número y en los sucesivos son tan terribles que tendréis dificultad en creerlos. Pero cuento y voy a contar sólo lo que he visto con mis propios ojos y oído con mis propias orejas, mientras estaba en la enfermería de la penitenciaría, desde el 25 de noviembre de 1957 hasta el 13 de abril de 1958. Temblaréis cuando sepáis cómo los detenidos son enloquecidos y mueren a causa de abusos, negligencias y torturas.»
He aquí en primer lugar un ejemplo de las proezas de los policías de los monopolios farmacéuticos y sanitarios. La revista "Time" del 18 de noviembre de 1957 informaba que el profesor Reich había "muerto" en la penitenciaría de Lewisburg, en Pennsylvania.
»"Ha muerto a los sesenta años —escribía la revista— Wilhelm Reich, que fue famoso psicoanalista, colaborador y discípulo de Freud, fundador de la Wilhelm Reich Foundation, más conocido en estos últimos tiempos por algunas teorías heterodoxas en el campo sexológico y energético. Reich ha muerto de un ataque cardíaco en la penitenciaría de Lewisburg, donde estaba purgando una pena de dos años de detención que le habían sido impuestos por el tribunal de Portland por haber distribuido una invención suya, el llamado "acumulador de energía orgónica" violando la ley para la tutela alimentaria y farmacológica...
»En realidad —continúa Hohensee— apenas los policías de la FDA lograron encerrar a otro gran científico en aquel -foso de serpientes, en pocos meses el profesor Reich fue liquidado.
» El profesor Reich había llegado al infierno de Lewisburg varios meses antes que mis enemigos lograran mi encarcelamiento. Muchas veces aquel gran médico se me acercó con las lágrimas en los ojos para decirme que aquellos malditos sádicos, dueños absolutos de la vida de 1200 seres humanos, le estaban haciendo enloquecer y le estaban empujando hacia el abismo de la muerte "con sus medicinas experimentales". y cuando fue trasladado al ala de la muerte (el mismo en que Remington había sido muerto pocos meses antes) Reich sintió que no iba a resistir durante mucho tiempo. Me confió esta convicción más de una vez durante la semana del 28 de octubre, cuando los guardias me echaron a mí también a morir en el mismo ala, a pesar de que sufría atroces dolores a causa de una fractura vertebral y un aplastamiento del disco correspondiente: para no hablar de las continuas hemorragias.
«Poco antes de morir, el Profesor Reich pasó a mi lado, por el corredor, mientras me estaba arrastrando lo mejor que podía apoyándome en la pared para llegar a mi celda del ala de la muerte... Me dijo que no podía soportar por más tiempo las medicinas con las que le estaban saturando el organismo. Y de hecho murió al cabo de un par de días. Cuando lo encontraron, no sólo estaba ya muerto sino que estaba ya frío, pero tenía una pierna encogida y contraída, como si hubiera sufrido una tremenda agonía antes que la muerte le liberara de sus sufrimientos.»
Hasta aquí la narración de Hohensee que pone bajo una luz aún más siniestra e infamante el trato que la «democracia» y la «justicia» americanas reservaron al hombre más grande de nuestro tiempo. La terrible angustia que dicha relación provocó a los familiares de Reich emerge de una carta de su hija Eva, publicada junto con la relación, en la que ruega vivamente a Hohensee que se ponga en contacto con ella y con la última compañera de Reich, Aurora Karrer, para comunicarle todas las informaciones que pudiera darle sobre las últimas semanas de vida del padre. «En cierto modo —escribía Eva Reich— casi tengo miedo de saber lo que podrá decirme... ya que la mentira triunfa y la verdad es derrotada y la muerte del doctor Reich ha sido acogida en todas partes con un gran silencio.»
(...)
Inmediatamente después de las exequias fue leído el testamento, que contenía entre otras la disposición de dedicar todos los recursos financieros que quedaban a la creación de un Fondo Wilhelm Reich para investigaciones sobre la infancia y la de sellar durante cincuenta años su archivo y su biblioteca personal: todos estos años Reich consideraba necesarios para que los sentimientos y los resentimientos relacionados con su persona se disiparan y su obra pudiera ser valorada con objetividad y serenidad. Así se hizo: todos aquellos documentos se encuentran depositados en una cripta impermeable a la humedad y sólo serán accesibles el 3 de noviembre de 2007.
El contenido del testamento ha sido ya dado a conocer en Italia en sus partes no privadas y es inútil ahora insistir en él: querría sin embargo subrayar que incluso de aquel documento emerge el profundo amor a la humanidad que animó a Reich hasta los últimos años de su vida y la lucidez con que, como de costumbre, quiso incluso en el momento de su muerte que todos los recursos que quedaron de su trabajo y el trabajo de sus continuadores fueran dedicados a la última esperanza humana de rescate y de salvación: la defensa de la infancia.
Lamentable, en cambio, me parece la decisión de sellar su precioso archivo durante cincuenta años. En este caso, como en tantos otros (cuando escribió por ejemplo que su obra podría ser entendida sólo después de quinientos o mil años), Reich dio muestras de entender la desesperada urgencia de que su obra fuera comprendida.
Poco autoriza a creer que la humanidad vaya hacia días mejores: mucho autoriza a creer lo contrario. Fue probablemente un residuo de aquel ingenuo evolucionismo ochocentista, del que Reich no estuvo exento, lo que le sugirió esta gravísima y quizás ruinosa «cláusula del cincuentenario». Pero una mirada realista a los acontecimientos humanos, y, sobre todo, a los cada vez más insolubles y crecientes conflictos políticos de masas humanas cada vez más vastas, lleva a concluir que dentro de cincuenta años el mundo no será más sino menos idóneo para comprender, y para aplicar los descubrimientos y el pensamiento de Reich. Es hoy, aquí, en cualquier parte que haya alguien que comprenda aunque parcialmente, aunque sólo torpemente, las concepciones reichianas, cuando es preciso divulgar, profundizar, verificar, desarrollar las investigaciones, las intuiciones y los descubrimientos de aquel pensador porque es hoy, aquí y en todas partes es urgentemente necesaria la aportación decisiva que puede ayudar a la salvación de la humanidad. Dentro de cincuenta años puede que no haya nadie ni en Rangeley ni en otra parte que esté interesado, o autorizado por los poderes constituidos, a reemprender un trabajo que ya hoy muy pocos demuestran apreciar.
La idea de que un mundo arruinado debe dirigirse a la obra de Reich como a una balsa de salvación es sólo un buen deseo: si la Historia enseña algo su enseñanza es que no enseña nada.
Luigi de Marchi, de su libro: "Wilhelm Reich. Biografía de una idea" (descatalogado)
Editorial Península, 1974. (Agotado )
*Enlace para descargar este libro en Word: http://www.scribd.com/doc/2208761/Luigi-de-Marchi-Wilhelm-Reich-Biografia-de-una-idea
*Bitácora de Luigi de Marchi: Il blog del Solista
Luigi De Marchi es un investigador, psicólogo clínico y social. Sus obras principales son: Sesso e civiltá (1959), Sociología del Sesso (1963), Repressione sessuale e oppressione sociale (1965), y Wilhelm Reich, biografia di una idea (1970), “Lo shock primario” (1984), donde expone su teoría sobre la cultura y la angustia.De Marchi es el secretario de la AIED (la organización italiana para el control de nacimientos) y fundador del primer Centro de consulta anticonceptiva existente en Italia. Sus revolucionarias opiniones sobre la conducta sexual y sobre la anticoncepción le han valido denuncias e incluso condenas judiciales. Ha sido también el principal introductor del pensamiento de Reich en Italia, de quien publicó en 1960 su libro de ensayos: Teoría dell’orgasmo (Para leer su curriculum )