Centro de Estudios Wilhelm Reich

CENTRO DE ESTUDIOS WILHELM REICH. Buenos Aires. Argentina

sábado, 26 de noviembre de 2016

Sexo, marxismo y platillos volantes

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por Alejandro García
Entre la gran cantidad de personalidades heterodoxas que jalonan la historia de la psicología, si hay una especialmente polémica, maldita o controvertida y que además encaja perfectamente en el estereotipo de mad doctor, ese es sin duda Wilhelm Reich. Un hombre cuya obra oscila entre lo genial y el disparate, y que a estas horas de la tarde aún no está muy clara la línea que separa la una de la otra: Reich cuenta con una amplia legión de detractores, especialmente entre el mundo académico, así como una no menos amplia de seguidores, concentrados en los fans del pensamiento mágico y las teorías de la conspiración. Sin embargo, no todo es tan simple como etiquetarlo de charlatán de feria; para entender el legado de Reich es imprescindible darse una vuelta por su extraña y azarosa vida y tener claro cuál es el polémico fondo de sus estudios. Por supuesto, un tema muy espinoso en psicología, el trabajo terapéutico con el cuerpo.
El pequeño Willy nació en 1897 en una granja de Dobrzanica, en la Galitzia ucraniana, por lo que era austrohúngaro, un hecho al parecer decisivo en la aparición de mentalidades «alternativas» (véase Sigmund Freud o Nikola Tesla). Era, como prácticamente todos los psicoanalistas primigenios, un judío alemán cuyo padre lo mantuvo alejado de la religión, el yiddish y la educación reglada. Optó este progresista y autoritario señor por contratar tutores que al parecer imbuyeron a Reich de un profundo amor por el conocimiento. También imbuyeron a su jovencísima madre de otro tipo de amor, relación paralela de la que Willy fue testigo presencial y que acabó estallando cuando el padre se enteró, posiblemente presionando al niño para que confesara. El ataque de celos consiguiente acabó en malos tratos y en un suicidio materno del que Reich se sintió siempre culpable. Se pueden imaginar el impacto que tuvo esta infancia en nuestro protagonista, pero si lo combinan con el precoz interés de Wilhelm por el sexo y una fuerte adoración por su madre, la cosa adquiere tintes de drama griego que condicionarán sus trabajos posteriores, centrados —cómo no— en la vida sexual y la represión.
Después de la muerte del padre y habiendo perdido la granja a manos de los rusos, Reich sirvió en el ejército durante la I Guerra Mundial; al acabar esta, Willy y su hermano se plantaron en Viena con una mano delante y otra detrás. Y en aquel ambiente de posguerra decadente, plagado de artistas, intelectuales, proletarios y miseria, fue donde Reich se graduó brillantemente en Medicina en la Universidad de Viena, donde comenzó a interesarse por la neuropsiquiatría y el psicoanálisis. Reich se convirtió en poco tiempo en el «niño mimado» de Freud y empezó a analizar pacientes a la tierna edad de veinticuatro años, bajo la supervisión del pope en persona. Su carácter enérgico, su magnetismo personal y su activismo incansable le catapultaron en pocos años; en 1928 ya era neuropsiquiatra y subdirector de la Policlínica Psicoanalítica de Viena.
Sin embargo, también era una persona independiente, tenaz y polémica y pronto empezó a mostrar divergencias con el psicoanálisis freudiano ortodoxo. Para resumirlo al máximo, en la cuestión de la neurosis, Sigmund Freud atribuía la aparición de estos cuadros clínicos al conflicto entre los instintos sexuales inconscientes (que llamó libido y que relacionó con algún tipo de energía biológica corporal) y su represión, propiciada por la norma social. Freud, como médico que era, había tratado de relacionar el psicoanálisis con la neurología para encontrar un correlato fisiológico. Pero finalmente abandonó y no consideró otra herramienta terapéutica que la palabra, dejando la libido como mero concepto especulativo.
Pues bien, Reich optó por lo contrario; de la observación clínica de sus pacientes, llegó a la conclusión de que la neurosis se manifestaba en el cuerpo, lo que hoy llamamos somatizaciones, y que una correcta y placentera vida sexual aliviaba los síntomas neuróticos. Especialmente el orgasmo, mediante el cual se descargaba el exceso de energía reprimida. Reich elaboró su teoría sobre «corazas musculares», zonas del cuerpo donde aparecían los síntomas o rigideces, y abogaba por trabajar directamente sobre ellas. Sí, ya sé que todo eso de los beneficios del sexo ya lo conocen ustedes, pero en la Europa de finales de los veinte no era tan obvio.
Ni que decir tiene que esta teoría orgásmica (publicada en 1927, La función del orgasmo) provocó estupor cuando no abiertas burlas entre sus colegas psicoanalistas, así como el rechazo de su antiguo mentor, que la tildó de «tontería». En este desencuentro mutuo también tuvo su influencia el plano político, puesto que Reich se había interesado por el socialismo a través del SPD austríaco y terminó por abrazar el marxismo, afiliándose al «Partido Bolchevique», en palabras de Sigmund.
Pero como le importaba bien poco esto de llevarse bien con todo el mundo, Reich fue a la suya y aunando marxismo con vida sexual, organizó en Viena un dispositivo de clínicas para atender la salud mental de los proletarios de la ciudad: durante estos años descubrió diferencias entre los cuadros neuróticos de las personas de clase alta (las que atendía Freud) y los de las capas populares. Se trasladó a Berlín en 1930 y allí fundó la Asociación Alemana para una Política Sexual Proletaria, más conocida como SexPol.
La actividad de la SexPol incluía seminarios de higiene y educación sexual entre las clases bajas. Defendía la masturbación, los métodos anticonceptivos, el libre desarrollo sexual infantil y adolescente, el aborto, o el fomento de relaciones sexuales y afectivas abiertas como medio para mejorar la salud mental de la sociedad; sus avanzadas propuestas se pueden encontrar en el manifiesto SexPol de 1936. La popularidad del movimiento fue grande, y Reich se lanzó a profundizar en sus reflexiones sobre la materia.
En su Psicología de masas del fascismo, publicado en 1933, se mostró muy crítico con el marxismo y daba las claves del auge del nazismo: la izquierda había fracasado en su pronóstico porque el materialismo histórico despreciaba las condiciones subjetivas, cosa que la propaganda nazi, emocional e irracional, había sabido explotar. Una familia autoritaria donde se reprime la sexualidad desde la infancia es una minirreproducción del Estado totalitario: la identificación del líder con la figura paterna atrajo a personas de clases media y baja en busca de protección. El Partido Comunista alemán, que no le perdía ojo a los trescientos cincuenta mil afiliados con los que contaba ya la SexPol, tachó la obra de contrarrevolucionaria y lo echó.
También hizo lo propio la Asociación Psicoanalítica Internacional, pero por comunista y heterodoxo. Reich era un personaje incómodo no solo por cuestiones «doctrinales» (tocar a un paciente era tabú), sino precisamente por su militancia: teniendo en cuenta que se trataba de una sociedad compuesta por judíos, a la Asociación le interesaba mostrar un perfil bajo en aquellos años para sobrevivir. Lo que no impidió que le acusaran de estar loco, simpática tradición de los padres del psicoanálisis cuando discrepaban entre ellos.
Esta doble expulsión le afectó profundamente, abandonando Berlín y Viena para refugiarse en Noruega. Allí se dedicó a meterse en el laboratorio para triunfar donde Freud había fracasado; la prueba de la existencia fisiológica de la libido. Y aquí empieza el camino de Reich hacia el descrédito académico y el agravamiento de su tendencia a la paranoia. Proclamó haber encontrado rastros de una energía básica (biones) que creía presente en todos los organismos vivos y a la que llamaba «orgón». Los científicos noruegos lo despellejaron vivo, no solo refutando sus experimentos, sino desatando una durísima campaña de prensa contra él que probablemente iba más allá de lo puramente científico, pues una de las acusaciones fue la de «provocar entusiasmo entre sus colaboradoras femeninas». Dadas las circunstancias y con Adolf a punto de pasear panzers por Europa, Wilhelm volvió a hacer las maletas y se mudó al otro lado del charco.
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La máquina de cazar nubes de Wilhelm. Fotografía: cloud2013 (CC)
Una vez instalado en los EE. UU., Reich construyó su primer «acumulador de orgón», con el que pensaba recoger energía orgónica del ambiente; pero de la buena, porque el orgón es como el colesterol, que hay bueno y malo. El caso es que consiguió que Einstein se interesara por el asunto, e incluso llegó a probar uno en su laboratorio. El resultado fue negativo, pues los cambios de temperatura registrados dentro del acumulador se atribuyeron a fenómenos de convección. Pero Reich siguió con el asunto, cada vez más obsesionado con su «descubrimiento»; lo siguiente que inventó fue un aparatito que causa furor entre los modernos chemtrails, el cloud-buster. Con uno de ellos recorrió el desierto de Arizona y Nuevo México hacia 1954 buscando señales de actividad alienígena, justo en una época en que los ufólogos especulan con encuentros secretos entre el presidente Ike y los extraterrestres. Ahora añádanle que parece que Eisenhower y Reich coincidieron en alguna ocasión y comprenderán por qué este hombre se ha convertido en una especie de apóstol contracultural magufo.
Sea como fuere, la Food & Drug Administration (FDA) empezó a interesarse por sus manejos hacia finales de los cuarenta, alertada no se sabe bien si por enemigos del psicoanálisis o del propio Reich, con la sospecha de que su instituto fuese una red de explotación sexual o de actividades subversivas. O simplemente por tratarse de un conocido excomunista en los USA macarthianos. En la primera investigación no encontraron nada, pero en la segunda declararon sus cabinas orgónicas peligrosas para la salud y le prohibieron venderlas. De nuevo Reich se saltó a la torera lo que le decían y acabó procesado, sus equipos incautados y sus libros quemados. Ingresó en prisión en 1957, muriendo allí de un ataque al corazón sin haber dejado de achacar su desgracia a una conspiración soviética.
El caso es que, a pesar de toda esta rocambolesca historia, Reich dejó un método de intervención psicocorporal que fue continuado por otros discípulos como Lowen o Boadella. Su «análisis del carácter» implica una profunda comprensión de la disposición corporal y del lenguaje no verbal; las intervenciones de la terapia reichiana, perfeccionadas por décadas de revisiones, se siguen utilizando hoy. Mejor por parte de profesionales con formación adecuada, lógicamente. Entonces, ¿por qué esta especie de maldición que pesa sobre estas psicoterapias?
La resistencia a investigar la posibilidad de usar el cuerpo como herramienta psicoterapéutica proviene del mismo lugar que los terribles prejuicios sobre sexualidad que se encontró nuestro protagonista: del dualismo cartesiano (que a su vez derivaba del platónico). Descartes separó la mente, depositaria de la razón, pura y etérea, del cuerpo, mero soporte para aquella y recipiente de los sentidos. Mente buena, cuerpo malo… ¿Les suena de algo relacionado con religiones?
La influencia del filósofo francés en la naciente revolución científica y la Ilustración fue impresionante. A partir de entonces parece como si para el mundo científico el cuerpo fuera investigable solo desde una perspectiva estrictamente mecanicista y fisiológica, de manera que su integración con los procesos mentales quedó fuera de cualquier estudio. Y ya saben que donde la ciencia no mira, aparecen otros saberes menos metodológicos, por decirlo de algún modo. La brecha entre los avances en psicofisiología o psicología corporal (por ejemplo, estudios sobre comunicación no verbal) y las psicoterapias corporales es aún inmensa, aunque en los últimos años aparecen voces pidiendo poner orden en el caos de los cientos de métodos, algunos más cerca del esoterismo que de otra cosa. Lo curioso del caso es que los pocos estudios realizados apuntan a una buena eficacia de este tipo de psicoterapias; sería desde luego un bonito campo de investigación.
Es muy posible que la irrupción del neurólogo Antonio Damasio con su teoría del marcador somático (propuesta en su obra El error de Descartes, precisamente) haya tenido algo que ver en este despertar. Según Damasio, la razón humana, sus procesos de decisión y planificación, están íntimamente ligados al sentimiento, que percibimos a través de las emociones; es decir, de nuestro cuerpo. Así que Reich no andaba desencaminado cuando pensó que podía acceder a la curación de dolencias psíquicas usando el cuerpo (aunque él colocara allí la neurosis). Ni tampoco en cuanto al peso social de la represión sexual y la importancia de una vida sexual sana y libre como elemento de emancipación personal; sus reflexiones inspiraron a Michel Foucault en sus teorías sobre biopoder.
Por otra parte, parece evidente que la salud mental del bueno de Willy no andaba muy fina, especialmente en sus últimos tiempos (se le diagnosticó esquizofrenia en prisión). Si bien era un hombre de gran iniciativa y un interés indudable en mejorar la vida de las personas, tenía tendencia a la suspicacia, el mal humor y la manipulación. A pesar de creerse exageradamente un mártir incomprendido, tampoco deja de ser llamativa la saña con la que la prensa, Gobiernos y organizaciones de varios países se emplearon contra él. Lo cual es una constante en su biografía de «científico loco»; no está muy claro dónde empieza la paranoia y dónde terminan las persecuciones. El problema es que actualmente la excentricidad de sus últimos años parece invalidar toda su carrera, lo cual no parece demasiado justo. Máxime cuando no sería el único hombre de ciencia que presentó problemas psicológicos del estilo. Claro que su elevación a referente esotérico y pseudocientífico tampoco ayuda.
Quizá uno de los balances más acertados sobre Reich lo realizó su hijo cuando comentó que se trataba de un científico del siglo XIX en una época donde ya no había sitio para él; la figura del investigador solitario que se adentra en múltiples ámbitos del conocimiento aunque no esté especializado (Reich se interesó por biología, sociología, neurología, psicología o filosofía) persiguiendo demostrar construcciones teóricas en ocasiones vagas o descabelladas resultaba anacrónica en los años cincuenta como afirmó el propio Eisenhower. De todas formas, a pesar de sus locuras, creo que es justo reconocer la genialidad de Reich a la hora de señalar la importancia de una crianza y una sexualidad libres y atreverse a relacionar el cuerpo con la salud mental en una Europa tremendamente puritana.

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