Centro de Estudios Wilhelm Reich

CENTRO DE ESTUDIOS WILHELM REICH. Buenos Aires. Argentina

jueves, 18 de noviembre de 2010

ANÁLISIS DEL CARÁCTER : REICH Y LOWEN


Carácter masoquista
Reich
En el masoquista el mecanismo específico del placer consiste en que mientras él se esfuerza por lograr el placer como cualquier otra persona, un mecanismo perturbador hace fracasar ese ese esfuerzo y le hace experimentar como displacenteras sensaciones que la persona normal experimenta como placer, una vez que esas experiencias superan determinada intensidad. Lejos de esforzarse por buscar el displacer, el masoquista sufre una intolerancia específica a las tensiones psíquicas y una excesiva producción de displacer, mucho mayor que cualquier otra neurosis.
Rasgos típicos del carácter masoquistas son los siguientes: Subjetivamente  una sensación crónica de sufrimiento, que aparece objetivamente como una tendencia a lamentarse, tendencias crónicas a dañarse a sí mismo y al auto menosprecio (masoquismo moral), y una compulsión a torturar a los demás, que hace sufrir al masoquista no menos que al objeto. Conducta torpe, de escaso tacto en sus modales y en su relación con los demás, a menudo tan acentuada que puede dar la impresión de una deficiencia mental. Estos síndromes caracterológicos pueden ser en algunos casos evidentes, mientras en otros muchos están encubiertos por una máscara superficial.
Como cualquier otro carácter, la actitud masoquista no se revela solo en las relaciones interpersonales, sino también en la vida interna de la persona. Hacia los objetos introyectados, es decir hacia el super yo, se mantienen actitudes originalmente ligadas a objetos, esto, con frecuencia, tiene importancia decisiva. Lo que en origen fue externo y luego se internalizó, debe volver a externalizarse en la relación terapéutica, en la transferencia se repite lo adquirido en la infancia en la relación con el objeto.
Percepción displacentera del aumento de excitación sexual: La base especifica del carácter masoquista
No existe estructura neurótica sin alguna forma de perturbación genital. En el carácter masoquista, las perturbaciones del orgasmo revisten forma específica. A menudo, no resultan evidentes hasta haber eliminado en forma más o menos completa la impotencia o la anestesia, ello explica que hasta ahora tales perturbaciones fueran pasadas por alto. Hemos visto ya que el carácter masoquista tiene una producción aumentada de displacer, que confiere una base real a su sentimiento de sufrir. Hemos visto, además, que el masoquista trata constantemente de dominar la tensión y su disposición a la angustia, y lo hace usando mecanismos inadecuados; más aún, es típico del carácter masoquista que sus intentos de evitar la angustia sólo provocan más tensión y displacer, lo cual, en un círculo vicioso, vuelve a aumentar la disposición a la angustia. Hemos encontrado también que el castigo masoquista, o la fantasía de tal castigo representa un sustituto de otro castigo que se espera.
¿Puede una fuerte experiencia de angustia vivida a los tres años, producir la fijación masoquista de la fantasía de ser golpeado?
No, pues el paciente podría, como lo hacen otros, abandonar por completo el impulso sexual que provoca el temido castigo; al hacerlo, podría ahorrarse la solución masoquista de la situación de castigo, la cual sólo provoca sufrimiento. Así pues, debe haber algo más en la base del mecanismo masoquista específico.
Este mecanismo no puede descubrirse mientras el paciente no haya progresado basta llegar al nivel genital, es decir, hasta tanto desarrolle impulsos genitales. Entonces encontramos una nueva dificultad. El paciente desarrolla un acentuado deseo genital que en un comienzo elimina gran parte de su actitud masoquista: pero en ocasión de su primera experiencia genital real, siente displacer en lugar de placer, como resultado de ello, se retrotrae a la "ciénaga" masoquista de su pregenitalidad anal y sádico-masoquista. Años enteros pasaron antes de que apreciaramos con claridad que la "incurabilidad del masoquista, que quiere aferrarse a su sufrimiento", se debía sólo a nuestro defectuoso conocimiento de su funcionamiento sexual.
Este concepto no conlleva el negar el hecho de que el autocastigo puede tranquilizar la conciencia. Pero este hecho debe valorarse adecuadamente. La  mitigación de 1os sentimientos de culpa mediante el castigo es un proceso superficial, que no llega al núcleo de la personalidad; es relativamente raro y además es un síntoma y no la causa de una neurosis.
Por otra parte, el conflicto entre el deseo sexual y el temor al castigo es un hecho crucial en toda neurosis; sin este conflicto, no hay proceso neurótico; no es en sí mismo un síntoma, sino la causa de la neurosis. La valoración psicoanalítica de la necesidad de castigo ha dado como resultado una engañosa modificación de la teoría psicoanalítica de las neurosis, y de la teoría de la terapia, bloqueando el camino hacia una prevención de la neurosis y oscureciendo el origen sexual y social de las neurosis.
El carácter masoquista se basa en una actitud espástica*, no sólo en su aparato psíquico sino también en su aparato genital, actitud que inhibe de inmediato cualquier sensación intensa de placer, transformado en displacer. Esto alimenta constantemente el sufrimiento que está en la base de las reacciones del carácter masoquista. Queda implícito que independientemente de la minuciosidad con que analicemos el significado y la génesis del carácter masoquista no lograremos resultado terapéutico alguno a menos de penetrar hasta la génesis de esa actitud espástica. De otra manera, no podremos establecer la potencia orgástica, único factor capaz de eliminar la fuente interna de displacer y de angustia.
*Espasticidad: (la espasticidad es una alteración motora caracterizada por reflejos tendinosos aumentados, a veces acompañado de clonus, e hipertonía muscular  muy peculiar), Clínicamente se percibe como una sensación de resistencia aumentada al movilizar pasivamente la extremidad de un paciente, esta resistencia puede aumentar y alcanzar un máximo en determinado arco del movimiento (pudiendo frenarlo), para ceder súbitamente si se continúa el estiramiento. (el derrumbe masoquista)
El masoquista a pesar de su gratificación anal y uretral al parecer libre y excesiva posee una angustia e inhibición anal y uretral que se remonta a la temprana infancia. Esta inhibición se transfiere luego a la función genital y proporciona la base inmediata para su excesiva producción de displacer.
En realidad, parece que estuviese esforzándose por lograr el displacer. Lo realmente sucedido es que siempre se interpone la angustia y, con ella, el placer deseado llega a percibirse como el peligro anticipado. El placer final es reemplazado por el displacer final. Eso resuelve el problema de una compulsión de repetición más allá del principio del placer. El masoquista da la impresión de querer repetir una experiencia displacentera.
En realidad, se esfuerza hacia una situación placentera, pero la frustración, la angustia y el temor al castigo se entrometen y hacen que el objetivo original se borre o se torne displacentero. En otras palabras, no existe una compulsión de repetición más allá del principio del placer; los fenómenos correspondientes pueden explicarse dentro del marco de referencia del principio del placer y el temor al castigo.
La actitud y la fantasía masoquistas derivan pues de la percepción displacentera de la sensación placentera; se trata de un intento de dominar el displacer a través de una actitud que se formula psíquicamente como" Soy tan desgraciado, quiéreme'" La fantasía de ser castigado debe intervenir porque la exigencia de cariño contiene también demandas genitales que obligan al paciente a desviar el castigo desde el frente hacia la parte trasera: "Castígame, pero no me castres'" En otras palabras, la reacción masoquista tiene un fundamento específico de neurosis estásica. El centro de los problemas del masoquismo, pues, estriba en las perturbaciones específicas de la función placentera, La analidad moviliza todo el aparato libidinal sin poder, sin embargo, producir un relajamiento de la tensión.
La inhibición de la genitalidad no es sólo un resultado de la angustia, sino que a su vez la produce; esto aumenta la discrepancia entre la tensión y descarga, Subsiste la cuestión de por qué en los casos típicos la fantasía de ser castigado comienza, o bien se intensifica, inmediatamente antes del momento culminante. Es interesante ver cómo el aparato psíquico trata de disminuir la discrepancia entre tensión y descarga, cómo el impulso al relajamiento irrumpe, después de todo, en la fantasía de ser castigado.


Lowen:
El comportamiento del masoquista es mas provocativo que agresivo, la pauta dominante no es la euforia y depresión, sino mas bien, el esfuerzo y fracaso, autoafirmación y derrumbamiento. Estructura cargada, pero con una tensión muscular tan fuerte que le resulta imposible mantener la acción en el tiempo.
El masoquismo clínico es sadismo vuelto contra uno mismo. (Cuando la acción física está desprovista de ternura, su cualidad emocional se define como sadismo). La estructura del carácter masoquista es la sensación subjetiva de sufrimiento e infelicidad, se refiere a la persona que padece y se queja, pero sigue sumiso, sumisión como tendencia masoquista predominante en su manifestación externa, ya que internamente tiene sentimientos de negatividad, rencor, hostilidad y superioridad, sentimientos bloqueados por temor a la agresividad que provocan una estructura muscular de contención.
Solo manifiesta su queja. Acepta la realidad al tiempo que la combate, admite la racionalidad de sus exigencias al tiempo que se resiste a ellas. Se encuentra en conflicto más que cualquier otro tipo de carácter. Su queja habitual en terapia es que esta no sirve para nada, expresa la típica provocación masoquista “no eres bueno”, “no eres capaz de ayudarme”
Su energía está cargada de energía retenida, pero no congelada, limita su expresividad, y la contención es tan grande que se comprime y colapsa en cintura y cuello por el propio peso de sus tensiones, originando ansiedad y haciendo débiles los órganos periféricos.
Son bajos recios y musculares, tienen espeso vello en el cuerpo, cuello corto y grueso y cabeza hundida, cintura corta y ancha y pelvis prominente, que hace meter hacia dentro los glúteos. Para mantenerse seguro contrae fuertemente la pelvis y el vientre. Cuando la presión es excesiva utiliza la queja como válvula de escape, tiene la piel habitualmente oscura por el estancamiento de la energía.
El cuerpo adopta un aspecto de primate o simio y esto se produce por una tensión interrumpida,  presión de arriba y de abajo, a la que el niño no se pudo resistir, no tenía mas remedio que someterse, con lo cual prefirió aguantar la presión a enfrentarse a ella. Para tolerar esta tensión continua desarrolló excesivamente su musculatura, esta característica de sumisión y superdesarrollo muscular se hizo muy pronto, con lo que no pudo construir la musculatura necesaria para desarrollar la tolerancia, y en consecuencia no puede hacer frente a la tensión y opta por retirarse psicológicamente, se disocia de la situación y de la realidad, y habita un mundo de fantasía, o se refugia en el autismo.
En su mirada hay una expresión de sufrimiento o dolor, a veces disimulada con una nota de confusión, con el que está mas en contacto que con el sufrimiento interior.
 En el masoquista cuanto mayor es el esfuerzo mas desesperada se hace la situación, es una trampa en la cual se enreda. La fuerte contención que ejerce le reduce su agresividad y defensa así como la búsqueda del reconocimiento, solamente se queja, y en lugar de la agresividad provoca, buscando en el otro una reacción fuerte para a su vez poder responder con violencia, o para poder echar la culpa al otro.  Son sumisos y agradables, a un nivel más inconsciente su actitud es de negativismo y rencor. Deben sacar las emociones suprimidas para poder reaccionar con libertad ante las situaciones de la vida. No padecen sensación de vacío interior, se quejan de la presión interna y no presentan signos de privación.
Todo masoquista piensa que su madre le amaba. Es la forma de expresar ese amor y no la falta de él lo que ha originado el trastorno. Madre sofocante, dominante y abnegada que  aplasta y sofoca literalmente al niño, lo anula y le hace sentirse culpable ante cualquier intento de manifestar una actitud negativa. El niño reacciona ante la presión, llora se resiste y finalmente cede, mediante mirada, gesto y movimiento, pide a su madre simpatía y compresión. Esta apelación a los sentimientos maternos es desatendida poniendo como pretexto que “mama sabe lo que te conviene”, “yo siempre actúo por tu bien”, la negación de las necesidades espirituales del niño mediante el énfasis en las materiales de lugar al masoquismo.
Lo que se reprime es la creciente independencia del yo en formación, no es una represión hostil, es un desvelo, una protección y preocupación excesivos. Finalmente la madre logra la sumisión mediante las amenazas de ser privado del cariño materno si no obedece, o del amor que el niño debe sentir hacia la madre, lo que deja al niño en confusión, sus sentimientos tiernos son requeridos para bloquear la agresión, la cual, una vez bloqueada, impide a su vez la expresión de la ternura.
 Fuerte concentración en comer y eliminar. Todos los intentos por resistir fueron dominados. Experiencia común es la sensación de estar aprisionados con la sola salida del rencor, que acaba por derrotarle. Tiene miedo a cualquier situación precaria o a sacar cuello o genitales porque teme la mutilación, tiene pues tiene una fuerte ansiedad de castración.
El masoquista es capaz de establecer una relación íntima a base de una actitud de sumisión, es una relación a medias, pero es más íntima que otras estructuras, su ansiedad consiste en que si manifiesta algún sentimiento negativo o de libertad, puede perder la relación que ha logrado. Su conflicto está entre el amor o intimidad y la libertad, ya que si se siente libre de manifestar lo que siente piensa que no va a ser querido, con lo que se dedica a confluir “Yo seré tu fiel compañero y amigo y tú me querrás” La agresividad del masoquista no es tan pasiva como parece, está oculta, la manifiesta en sus quejas y protestas.
Todos se sienten inferiores al haber sido humillados de niños, pero por dentro se creen superiores a los demás, desdeñan a cualquiera que en realidad tenga una posición superior. Su problema es que en esta ilusión interna de superioridad piensa que no hace lo suficiente porque no quiere, y así se va explica su fracaso continuo. El fracaso alimenta y corrobora su sentimiento de superioridad. En terapia no dejan que salga bien el tratamiento, no colaborando, porque esto sería reconocer la labor del terapeuta.
Su ilusión de superioridad es saber que es capaz de aguantar hasta donde nadie aguanta, llegar donde los demás abandonan y encarar situaciones conflictivas, el problema de esta virtud es cuando queda ciega la visión de realidad, y no ve lo doloroso de la situación, la parte autodestructiva y masoquista.
Junto a una musculatura desarrollada tiene una espiritualidad reducida, es pesado y ligado a la tierra, el lado espiritual del organismo está aplastado por el sistema muscular.


Sobre la terapia del masoquismo
Reich
Establecer una vida sexual sana, una sana economía del sexo, requiere dos procesos terapéuticos: liberar la libido de sus fijaciones pregenitales y eliminar la angustia genital. Se da por sentado que esto tiene lugar mediante un análisis del complejo de Edipo pregenital y genital. Merece destacarse sin embargo, en forma especial, un punto técnico: el peligro de disolver las fijaciones pregenitales sin eliminar al mismo tiempo la angustia genital. Como en este caso la descarga orgástica de energía permanece inhibida, existe el peligro de un aumento de estasis sexual. Este peligro puede aumentar hasta llegar al suicidio, precisamente en una época en la cual el análisis de la pregenitalidad ha logrado buenos resultados. Si a la inversa, eliminamos la angustia genital sin eliminar las fijaciones pregenitales, las energías genitales siguen siendo débiles y la función genital no puede liberar la totalidad de la angustia.
El problema principal en la terapia del masoquismo consiste en superar la tendencia del paciente a dejar mal parado al analista. La medida más importante es poner al descubierto la índole sádica de este comportamiento masoquista. Esto invierte el proceso original del sadismo vuelto hacia adentro, hacia uno mismo,  las fantasías pasivo-masoquistas anales se convierten en fantasías activo-sádico-fálicas. Cuando la genitalidad infantil se reactiva en esta forma resulta posible poner al descubierto la angustia de castración encubierta anteriormente por la reacción masoquista.
Va implícito en todo esto que estas medidas no Influyen todavía en lo más mínimo sobre el carácter masoquista. Sus quejas, sus rencores, sus tendencias a dañarse a sí mismo y su torpeza, que presenta un motivo racional para retraerse del mundo, persisten por lo general hasta que resulta posible eliminar la perturbación descrita más arriba y relacionada con el mecanismo del placer en la masturbación. Una vez logrado el orgasmo genital, el paciente sufre fácilmente un rápido cambio. No obstante, subsiste por algún tiempo la tendencia a retroceder al masoquismo ante la más ligera decepción, frustración o insatisfacción.
Aun el trabajo consecuente y minucioso, tanto sobre la angustia genital como sobre la fijación pregenital, pueden garantizar el éxito solo si el daño infligido al aparato genital no es demasiado severo y si además el ambiente que rodea al paciente es tal que no le arroje una y otra vez a su antiguo surco masoquista. Así por ejemplo, el análisis de un joven será mucho más fácil que el de una mujer masoquista en la edad de la menopausia, o económicamente ligada a una situación familiar poco afortunada.
El trabajo minucioso sobre los rasgos del carácter masoquista debe continuarse hasta la finalización del tratamiento; de no ser así, con toda probabilidad caeremos en las situaciones más difíciles durante las frecuentes recaídas que se producen cuando se está en camino de establecer la primacía genital. No debemos tampoco olvidar que una disolución definitiva del carácter masoquista no puede producirse hasta que el paciente ha llevado durante un período considerable una vida económica en sus aspectos de trabajo y de amor, es decir, hasta mucho después de terminado el tratamiento.
Debemos considerar con el mayor de los escepticismos el éxito del tratamiento en los caracteres masoquistas, en especial aquellos que presentan una perversión manifiesta, mientras no hayamos comprendido todos los pormenores de las reacciones caracterológicas y por consiguiente no las hayamos realmente hecho a un lado. Por otra parte, tenemos todos los motivos para ser optimistas una vez logrado esto, vale decir, una vez establecida la genitalidad, aunque en un comienzo lo sea  en la forma de angustia genital. Entonces, las repetidas recaídas ya no habrán de molestarnos.
Pues si explicamos el masoquismo mediante un instinto de muerte, confirmamos al paciente su reconocida voluntad de sufrir, lo que corresponde a la realidad y lo único que garantiza el éxito terapéutico es desenmascarar la voluntad de sufrir y presentarla como una agresión disimulada. Hemos mencionado dos tareas específicas en la terapia del masoquismo: volver a transformar a éste en sadismo, y pasar de la pregenitalidad a la genitalidad. La tercera tarea específica es la eliminación de la actitud espástica anal y genital que, según se ha descrito, es la fuente aguda del sufrimiento.
Queda implícito que esta presentación del proceso masoquista dista mucho de resolver todos los problemas del masoquismo. Pero una vez vuelto a apreciar el problema del masoquismo dentro del marco al cual pertenece, el del principio del placer-displacer, queda otra vez abierto el camino hacia una solución de los demás problemas, bloqueado hasta entonces por la hipótesis del instinto de muerte.
LOWEN:
La terapia con el masoquista estriba en la base de apoyo, comprensión y simpatía, haciendo abstracción de la hostilidad, desconfianza y desesperanza que manifiesta, eso sí, evitando que el paciente haga responsable al terapeuta de su estado, manteniendo un equilibrio entre la simpatía y apoyo y el análisis crítico de su comportamiento.
Para trabajar con él hay que pedirle que exprese sus sentimientos negativos con autenticidad. La agresión contenida es lo que origina el sentimiento negativo. Mientras esto persiste es difícil avanzar en el proceso, ya que encerrado tras esta actitud negativa, desconfía del mundo, de la realidad y del terapeuta, no hay amor ni aprobación que pueda traspasar la barrera, y ningún sentimiento positivo puede ser expresado a través de ella, esta es la razón de su sufrimiento.
Desconfía, en definitiva, de él mismo, de sus actos y de su mejoría. Para atravesar esta poderosa resistencia hay que buscar su confianza y buena voluntad, con simpatía real, ya que su sufrimiento es real, aprobando y aprovechando cualquier contenido positivo que de él provenga.
De esta forma su transferencia y actitud en terapia sería la de, en primer lugar, buscar la aprobación del terapeuta, pensando en que una vez la logre todo irá bien, si esto no le funciona, intentará que el terapeuta haga las cosas en su lugar, como una madre protectora, poniéndose en dependencia y resistiéndose a su responsabilidad en el proceso. Su desconfianza le lleva al temor de mostrarse tal cual es por el temor a ser rechazado por el terapeuta.
De una manera figurada hay que azotarlo, se necesita una potente fuerza externa que le permita seguir avanzando, ambivalencia, vacilación e incertidumbre caracterizan su comportamiento, antes de poder expresar un impulso debe atravesar la duda, por lo que el impulso es reprimido y empujado contra la resistencia.
El masoquista debe sufrir, en cuanto deja de esforzarse le invade la tristeza, si se libera del rencor que bloquea su sumisión, aparecerá un niño profundamente infeliz, pero, que podrá dejar atrás su fijación de carácter, sin olvidar que la disolución definitiva del carácter no de produce hasta que ha logrado llevar adelante una vida amorosa y ha ejercido un trabajo durante bastante tiempo, es decir, bastante después de haber terminado su terapia.
La queja es el sello masoquista, el tono lastimero de voz, las repeticiones e insinuaciones de culpabilidad no tienen el objeto de exponer un problema, buscan el enfado del terapeuta, cuando logran esto entran en una mejoría de comportamiento y sentimientos. Son provocativos en busca de la excitación que les permita una descarga emocional.
Otra característica es el desprecio que el masoquista siente por los demás, que se vuelve contra él, en una tendencia a dañarse y despreciarse a sí mismo: “Mira que despreciable soy” ¿Porqué no me amas?, teme comportarse con firmeza tal como teme una fuerte erección genital, sus movimientos no son firmes ni vigorosos, sino desordenados. A través de su sentimiento de humillación, experiencias vividas,  se siente bastante incapaz y un poco inútil, su necesidad desmesurada de aprobación  les lleva a ser serviles y dependientes, y tratan de agradar con la esperanza de que así obtendrán amor.
Aunque el masoquismo tiene su origen en prácticas iniciadas durante el segundo año de vida, la estructura de carácter no adquiere forma definitiva hasta mas tarde.
El carácter masoquista es de una estructura pregenital, el patrón de su comportamiento sexual está constituido por tentativas y recriminaciones, esfuerzos y resentimientos, la sexualidad está asociada a un sentimiento de culpabilidad, vergüenza de la genitalidad y el temor a la afirmación del yo. En sexualidad tienen miedo al dolor que les podría producir una descarga fuerte, así pues, el masoquismo no se desarrolla hasta después de la pubertad, el niño rebelde presenta rasgos masoquistas, pero no hay en el sensación de sufrimiento, esto se produce después de sentir la necesidad sexual.
Busca conseguir amor a cambio de esfuerzo y trabajo no da importancia a los bienes materiales (en apariencia), puesto que la propiedad es importante para él.
Por el bloqueo que siente en la expresión del sentimiento puede parecer lento o torpe en su expresión, tras la máscara de bonachón se oculta el miedo, pero esto es porque su inteligencia está al servicio de su desconfianza, ya que percibe y comprende el comportamiento de los demás de una forma penetrante.
El carácter oral teme proyectarse al mundo, el masoquista trata de asir la realidad, pero con tales dudas que la acción se interrumpe antes de alcanzar su objetivo, se relacionan en que ambos son estructuras pre-genitales, por su falta de independencia y seguridad, y por la necesidad de un entorno favorable.
En el oral la producción de energía es tan reducida, que apenas se da sensación de sufrimiento, el masoquista posee alta producción energética y reducida capacidad genital, lo que le produce infelicidad y frustración. Las estructuras del yo mejor organizadas tienen un mayor equilibrio entre el exceso de producción de energía y la capacidad de descargarla, entre lo Sensitivo y lo motor, entre lo espiritual y lo material de su propia naturaleza.
La oralidad es un sentimiento de privación padecido durante la primera infancia, el masoquismo es resultado de una represión activa de la independencia y la autoafirmación del niño a la edad en que el niño toma conciencia de las funciones oral y anal, donde la intromisión y el dominio de las oral y anal por parte de la madre es especialmente responsable.
Si el carácter oral se distingue por un “no puedo” inconsciente, el masoquista está determinado por un “no quiero” igualmente inconsciente, ambas son estructuras deficientes del yo derivadas del predominio de impulsos genitales.
Los dos son caracteres ansiosos. El oral se presiona cuando ha de afrontar situaciones de trabajo o de relaciones sociales, el masoquista la experimenta antes de enfrentar la situación, ya que siempre se encuentra sujeto a gran presión. El oral retrocede ante la realidad y se refugia en la fantasía o en la depresión, el masoquista se retira a una soledad melancólica.

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